¿Y Caracas? (2023)
Sobre un poema de Gabriela Kizer
Diana Arismendi
Escribí ¿Y Caracas? por pedido de la gran cantante-performer brasileña, Gabriela Geluda, a quien conocí a través del compositor chileno Boris Alvarado.
Escribir para la voz sola es un reto musical enorme que remite a cualquier compositor del siglo XXI a la maravillosa Sequeza III de Luciano Berio. Escoger el texto fue la tarea inicial de la composición, debía ser suficientemente poderoso para mantener una estructura temporal con pocos elementos, y debía ofrecer, además, elementos dramáticos para una puesta en escena que potenciara los talentos de Gabriel Geluda. Otra condición que me impuse fue que el texto fuera de una poeta y allí apareció la excelente poeta venezolana Gabriela Kizer, admirada y querida amiga ¿Y Caracas, qué sabes de Caracas? Ya el plan estaba hecho.
La partitura es un mapa visual que incluye la escritura vocal tradicional de alturas, tempo y ritmo, que se conjuga con movimiento espacial -un elemento del que no había hecho uso en mi música desde hacía mucho tiempo- expresión corporal, expresiones precisas de carácter, parlamentos, gritos, susurros, e incluso gestos de interacción con el público.
La obra está estructurada en 6 secciones (Introducción, I, II, III, IV, y Postludio) que emanan de la forma del poema, en las que se alternan caracteres distintos enlazados, a veces, por elementos comunes y sobre todo por un motivo de tres notas sobre la palabra ca-ra-cas, que aparece reiteradamente a lo largo de la obra.
La pieza comienza con una pregunta ¿qué sabes de Caracas? con la entrada decidida de la cantante, y va describiendo una ciudad de contrastes, marcada por el sufrimiento y aún por el horror de los últimos años, a la que se responde con adjetivos severos, ásperos, y que conducen incluso, luego de otra serie de interrogantes, a una invocación a Jesucristo, dejando al aire, al final de esta primera otra pregunta fundamental “¿en qué país estamos? ¿qué pasó aquí?” En una segunda parte, más breve, tornan claridad y esperanza, primero con la aparición de los cielos verdes manzana de Van Gogh, de la florecilla ‘apasionada´ de Hanni Ossot (poeta venezolana evocada por la autora) que demanda de la intérprete danzar a través del escenario en una Cantinela rebosante de naturaleza. La obra concluye (postludio) bajo la luna del Ávila, momento en el que la intérprete sale de escena.