“CANTO A ESPAÑA”, bajo la mirada de Juan Carlos Núñez
Mar de Occidente, Mar de las Antillas, de enigmas, de resolanas y huracanes, que envuelven misterios y soledades.
Ella es la visión descriptiva del poeta Andrés Eloy Blanco, sobre el Nuevo Mundo, en su “Canto a España”.
Desde los primeros compases del texto musical, Juan Carlos Núñez crea una atmósfera densa y profunda, de entrega total ante la revelación colombina, situándola en esa mistérica aventura que conlleva a la prolongación de España en su refulgente hispanidad.
“Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente,
yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón,
frente al Sol, las pupilas,
contra el viento, la frente,
y en la arena sin mancha sepultado el talón”
Luego, en el compás 21, bajo el reposo sostenido del piano y de las cuerdas, el barítono nos dibuja la brisa plateada que conlleva a la fogacidad solar.
A partir del compás 29, se impone la fuerza recurrente del texto musical, cuando los pulmones, en su intención primaria, vierten en sus venas toda el agua del mar.
Entonces, el barítono, desarrolla la imagen magnífica de la entrega, de los brazos húmedos alzados al cielo, en medio de las flores que se desnudan ante el tropical fulgor. Un brazo convertido en rama, como metáfora del renacimiento en otro lugar, o bien, la mano como símbolo inequívoco de la creación, expresada sobre una melodía que se abre como una flor, rito sublime del arte y su proyección infinita.
El barítono, en el compás 59, celebra la expectación del grito, de un aire volcado hacia el abismo “bebiendo espuma y respirando sol”, suma poética y sonora que celebra el Nuevo Mundo.
De pronto, se agolpan los recuerdos sobre la España de los campos de encina, la de los conquistadores, que en medio del océano perfuma el ciclón, como testimonio de la fe, en la trágica aventura.
Allí se manifiesta la invocación de un canto encendido, capaz de cubrir con enredaderas la reverberación del crepúsculo (Hasta aquí, la primera exposición de la obra).
Luego, se manifiesta el andante, con un juego rítmico de las cuerdas para anunciar la llamada del Cacique, a fin de que alce su frente ante la revelación de las tres naves venidas de Occidente, como si se tratarse de los Reyes Magos ante el pesebre de Cristo.
Ello constituye la confirmación de la fe ante el Mesías. Fue, de forma definitiva, la irrupción de las aguas de los hombres de hierro, una escena del nuevo dramatismo musical, expresado por el piano concertante y las cuerdas.
Aparece entonces, la invocación del llamado de la “América desnuda y dormida frente al mar”, que al ser tomada por los brazos de los conquistadores, le imprimieron en un medio idóneo, el reconocimiento de una Madre ajena, como nueva apropiación espiritual.
Un tercer y último momento, se da a partir del compás 128. Se reafirma, poética y musicalmente, la presencia de España en el Nuevo Mundo, en el Mar de Occidente, con una nueva lengua, plena de historias y de futuro.
“Todo el mar de Occidente rebota de murmullos El Árbol de la lengua se arrebuje en capullos Haya en España mimos y en América, arrullos”
Y la predicción del futuro se establece sobre el mundo de las maravillas, de una nueva raza “que tiene por pedestal tres quillas”, exponente reiterativo de frases musicales que acompañan el crecimiento de América como un árbol que apunta al cielo en la búsqueda de Dios.
Es el momento final, de tensión permanente, que se resuelve a través de una paz celestial, quizá inconclusa.
En esta obra, el espíritu convulso del Nuevo Mundo se parece en demasía al de Juan Carlos, un gran artista en permanente rebelión.
Rafael Salazar Moreno Madrid, Septiembre 2024